
En estas tres obras de fondo rosado pastel, una de ellas atravesada por la palabra resistencia en un verde suave, se dibuja un manifiesto visual: la niñez como territorio sagrado, capaz de desafiar la violencia y la adversidad con la fuerza invisible de la imaginación.
Johan Huizinga, en Homo Ludens, nos recuerda que el juego es “más viejo que la cultura misma” y que en su esencia está la libertad. Esta libertad, encarnada en los jóvenes que retrato, se convierte en un refugio y una trinchera: la risa como escudo, la creatividad como arma, el gesto lúdico como acto político.
Las miradas y cuerpos que habitan esta serie son testimonio de infancias que han aprendido a sostenerse unas a otras. Sus vidas, atravesadas por contextos de desigualdad, migración o conflicto, ya son en sí mismas un ejercicio de resistencia: resistir para soñar, para creer, para existir. Como plantea Francesco Tonucci, “un niño que juega es un ciudadano que ejerce sus derechos”, y en ese ejercicio —por más frágil que parezca— se preserva la humanidad colectiva.
En Resistencia, cada trazo es un abrazo y cada color, un pacto de cuidado.
OBRAS
DE LA SERIE RESISTENCIA