La verdad esto fue lo primero que se me vino a la cabeza y seguramente también al resto de personas que hicieron parte de la misión médica. Al principio no entendía muy bien las funciones que tenía el equipo médico, ni esas señoras de bata blanca que tanto me recordaban a mi abuela. Pero al pasar las horas y luego los días fui entendiendo cómo a través de un caos ordenado, cada uno de ellos iba poniendo su granito de arena para cumplir una única misión: cambiarle la vida a un niño. Lo cual, en consecuencia se convertía en cambiarle la vida a su familia y a su comunidad.
Entrar a una sala de cirugía es una experiencia un poco atemorizante, el lugar es muy frío, es supremamente limpio para que no se tenga ninguna infección y todo está pintado de blanco lo cual hace un poco impersonal la experiencia. Pero eso no fue realmente lo que me sorprendió, el frío escalofriante generado por el aire acondicionado y el blanco que inunda todas las paredes se ven matizados por la calidez de un equipo de trabajo que se mueve milimétricamente al servicio del otro. Cada quien sabe cuál es su función, desde el cirujano, instrumentadores, anestesiólogos, enfermeros, etc. y como dice el dicho: manos a la obra. Este trabajo incansable se ve recompensado por un único momento dentro de la sala de recuperación, el cual los hace volver año tras año desde tan lejos. Ese primer abrazo de las madres de los niños participantes en la misión, generalmente acompañado con unas lágrimas de felicidad que caen por sus mejillas, es aquello que mueve corazones y derrumba todo tipo de egos para hacer que esta misión sea exitosa.
Hay otra labor un poco más silenciosa, no tan temerosa y seguramente no tan aplaudida como la del personal médico pero que es de igual importancia para que el objetivo final se cumpla. Allí es donde entran las UNIMA-MÁS, un grupo de mujeres con alguna que otra arruga, un par de canas en su cabello, gran sabiduría y voluntad para ayudar. Ellas hacen todo tipo de actividades y piruetas para que la misión se pueda dar. Desde buscar a las familias necesitadas alrededor de la zona, darles de vestir, de comer, y son tan osadas que decidieron construir un lugar para que las familias tengan donde dormir. Son calurosas, muy cercanas y en ocasiones tienen que ser duras para que las cosas se hagan bien. Al fin y al cabo ¿Quién es capaz de decirle que no a mamá?
Finalmente, esta obra es mi forma de darle las gracias a la fundación UNIMA & Healing The Childrens por hacerme parte de esta aventura. Pero más allá, representa lo preciosa que es la vida dentro de su fragilidad. También, es ese abrazo de mamá donde nos sentimos en protección y confianza que algunas personas nunca han sentido en sus vidas, y tal vez por un instante lo han podido sentir a través de esta misión.